martes, 25 de noviembre de 2008

OLORES Y PERFUMES DE TENERIFE

Olores y perfumes de Tenerife

AGAPITO DE CRUZ FRANCO

Aquí, el turismo ha sido prioritariamente de sol, playa y paisaje. El cultural se ha añadido últimamente al folleto del visitante como un elemento más de la oferta. Sin embargo nunca ha habido olfato para explorar todo un etéreo cosmos subtropical. A la gastronomía, el folklore, o la búsqueda de una dorada piel bajo los benefactores rayos de Magec, le falta explotar el olor. La isla tiene en este aspecto un filón, que, bien gestionado, serviría para atraer un turismo de narices, y paliar, en parte, la súbita crisis repentina que nos acogota.

Una excursión alrededor de la isla lleva consigo la constatación de una variedad de perfumes con toda una amplia gama de sensaciones olorosas. La Orotava, guarda entre sus centenarias calles adoquinadas las mejores esencias. El olor a gofio recién tostado de la calle El Castaño procedente del Molino de Chano une la Villa de Arriba con la Villa de Abajo. Cerca, el olor a pan de la panadería los Núñez o la azúcar y quintaesencias de Antonio en los aledaños ya del viejo Camino Guanche de El Ciprés.

Hay una mañana al año en el Valle en la que el olor a brezo y flores impregna el aire y embriaga con su verde silencio no sólo los sentidos, sino el espíritu. Sucede en el entorno de la Iglesia de La Concepción y sus calles alfombradas. Porque la religiosidad ha tenido siempre un olor especial a paraíso terrenal, que ya en la antigüedad, situaban en este Jardín de las Hespérides.

La retama del Teide exhibe sus mejores aromas en la primavera, los cuales compiten con el pinar de Vilaflor y los naranjeros y almendreros de Guía en plena floración. Tras el verano, el olor a mosto de las bodegas viaja por todos los pueblos de la geografía insular, hasta el punto, que, sin lugar a dudas, es el nexo de unión entre gobierno y oposición en cada municipio. Si el vino fuera ideología, habría consenso continuo en las políticas locales tuvieran estas la denominación de origen que tuvieran.

En esta sinfonía, el mar aporta otro de los perfumes isleños más característicos: la sal. El olor a salitre y a mar en la Isla Baja, es especialmente penetrante, y el pescado fresco, aunque cada vez más escaso, siempre fue un olor característico del Puerto. Pescadoras pregonando el pescado han quedado en la retina y también en la pituitaria de cada canario y cada canaria. Recuerdo de un mundo feliz, cuyas chalanas y falúas, resistiéndose a morir, han pasado a formar parte de las rotondas y cruces de nuestra red viaria.

Pero no todo en Tenerife son olores como los citados, o como otros que huelen que alimentan, caso de las garbanzas compuestas, ropavieja, carne con papas, conejo al salmorejo o el aroma especial del café del los bares de pueblo. Hay otros últimamente en auge, y que podrían atraer a un turismo masoquista. Uno de los más característicos es el olor a aguas posadas con que te abofetean siempre cuando llegas a Las Américas por la autopista. Es cien por cien olor europeo, debido a la alta concentración de residuos turísticos en los desagües de la depuradora. Siguiendo por la misma arteria, nos llega a la nariz al cabo de unos kilómetros los pesticidas de los invernaderos, el metano del PIRS de Arico, la cochinera de Güímar, las chimeneas de la planta asfáltica del polígono industrial o el olor a huevos podridos de la Refinería de Santa Cruz. El apestoso olor a gomas quemadas de muchas hogueras de San Juan, junto a los periódicos incendios forestales de cuyos medios para paliarlos se habla sólo cuando se prende el monte, conforma un circuito ideal para este tipo de turismo. Podríamos añadir al mismo otras esencias, como las procedentes de la supuesta corrupción urbanística de Las Teresitas, el gas natural de Granadilla a punto de expandirse, o el olor a piche generalizado del anillo insular y los suelos rústicos recalificados como urbanizables.

El turismo, como Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela El Perfume de Patrick Süskind llevada al cine, podría así conservar para siempre la esencia de la Isla. Aunque para ello tuviese que destruirla. Al fin y al cabo es lo que esta mantis religiosa ha estado haciendo desde siempre esquilmando suelo, agua, naturaleza, cultura y economía. Eso sí, por amor. Que la industria turística ha traído a estas ínsulas la prosperidad que nunca tuvieron. Crisis. Amor y muerte bajo el olor a azufre del volcán.

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